La relación entre indígenas y conquistadores es en muchas ocasiones conflictivas. En Chile, ese enfrentamiento se da con el pueblo mapuche, y se extiende por casi trescientos años. Una primera fase tiene lugar en los comienzos de la conquista. Es llamada guerra ofensiva, ya que los mapuches no sólo se resisten a que sus tierras sean ocupadas, sino que también atacan a los españoles con la esperanza de expulsarlos del territorio. Una segunda fase, que se establece ya consolidada la Colonia, es la denominada "guerra defensiva", en donde los enfrentamientos tienen como objetivo la resistencia permanente a la dominación del territorio.
El primer alzamiento se produce en 1550, en la zona de Tucapel. Allí muere Pedro de Valdivia, generando un gran conflicto respecto de quien ocupará el cargo de gobernador. Uno de los candidatos, Francisco de Villagra, se enfrenta en reiteradas ocasiones con los mapuches, liderados por Lautaro y sus guerreros, sin éxito. Concepción queda prácticamente despoblada, y el pánico se apodera de los habitantes de Santiago. Finalmente Villagra logra apresar a Lautaro, mientras el Virrey del Perú nombra Gobernador de Chile a su propio hijo, García Hurtado de Mendoza. Al llegar a Chile con un numeroso ejército, el nuevo Gobernador organiza una campaña contra los mapuches que durará quince meses. Durante ese tiempo repuebla la ciudad de Concepción, reconstruye el fuerte Tucapel y funda las ciudades de Osorno y Cañete. Hurtado de Mendoza, también enfrenta a Caupolicán, sucesor de Lautaro y nuevo líder de las rebeliones, capturándolo y asesinándolo cruelmente.
En 1561, Mendoza regresa al Perú, creyendo haber sometido a los mapuches, que en realidad sólo se han replegado esperando condiciones más adecuadas para atacar. Francisco de Villagra asume el cargo de gobernador, y ese mismo año estalla el segundo levantamiento. Requiere un período de seis años aproximadamente, controlar la situación. Tres son los gobernadores que tienen que lidiar con los enfrentamientos bélicos Posteriormente se suceden treinta años de relativa tranquilidad. Sin embargo, las autoridades gubernamentales no pueden ingresar aún al territorio.
Esta aparente calma, se rompe bruscamente el 23 de diciembre de 1598, en el combate de Curalaba, durante el gobierno de Martín García Oñez de Loyola, quien muere en los enfrentamientos. Se da inicio así, al tercer levantamiento general, posiblemente el más cruento. Prácticamente todo el sur, incluyendo las ciudades Santa Cruz, Chillán, Villarrica, La Imperial, Osorno, Valdivia y Angol, con sus haciendas, fuertes y lavaderos, quedan desvastadas.
La reacción española al desastre, no es menos violenta, dado el pánico que produce la insurrección mapuche. Se desata entonces una guerra cruel y sangrienta. La corona española decide tomar cartas en el asunto, designando como gobernador a Alonso de Ribera, un experimentado militar. Se construye una frontera sobre la base de fuertes, cercana al río Biobío, y con el propósito de ir lentamente penetrando el territorio mapuche. Para ello se cuenta con un ejército permanente que se mantiene en la frontera. A pesar de lo anterior ninguna de estas estrategias resulta exitosa. Otra de las medidas extremas, es la de esclavizar a aquellos indios rebeldes que son capturados.
El decreto es dictado en 1608 por Felipe III. Esto intensifica los abusos ya que entonces la guerra cobra un incentivo adicional. Muchas veces se captura a los indígenas que se encuentran ajenos al conflicto, sólo por el interés de esclavizarlos. Entre 1612 y 1625, se desarrolla lo que se ha denominado la guerra defensiva, atribuida en gran parte al sacerdote jesuita Luís de Valdivia. Este se opone tenazmente a la esclavitud indígena, denunciando los malos tratos a que son sometidos. Si bien en 1612 logra suspender la cédula que declara esclavos a los indios rebeldes, y el mismo se compromete a liderar la evangelización de los mapuches, la guerra defensiva no prospera y retornan los enfrentamientos. Entre 1625 y 1639, se retoma la ofensiva española aplicándose nuevamente la cédula de 1608, pero no se logra progreso alguno, ni para españoles, ni para mapuches. Entre 1639 y 1655 se inicia otro período, caracterizado por los llamados parlamentos, reuniones entre los dos bandos en donde los españoles reconocen implícitamente la soberanía mapuche y éstos por su parte se comprometen a permitir el ingreso de evangelizadores a su territorio. Esta modalidad, iniciativa de los jesuitas, es utilizada en numerosas ocasiones durante el dominio español, pero no resulta completamente exitosa, ya que los mapuches no cuentan con una unidad política. La incorporación de La Araucanía al territorio nacional vendrá mucho después, cuando el sistema de dominación española ya no esté presente en el territorio americano La posesión de chile costó a España, en soldados y en dinero, más que todo el resto de América. Los araucanos no se sometieron jamás, no aceptando seguir el destino de los indios del norte, obligados a la servidumbre por los Encomenderos Españoles. Aunque con el tiempo decayó su primitivo vigor, los araucanos renovaron siempre la guerra, que degeneró en pillaje. Los indios, ya adueñados del caballo, hacían sus malones, robando o destruyendo cuanto hallaban en tierras de españoles.
Estos a su vez arremetían contra tierras de indios para arrasarlo todo y tomar prisioneros que destinaban a las encomiendas. Para muchos la guerra era así una un negocio que convenía prolongar. Martín García Oñez de Loyola (1548 o 1549-1598), veedor de Túpac Amaru en 1572 y sobrino del virrey del Perú Francisco de Toledo (1516-1582), fue designado gobernador de Chile en el año 1592 Tras su acción contra el inca rebelde, había casado con Beatriz Sapay Coya, princesa hija del inca sairi Túpac y descendiente, por lo tanto, de Manco Cápac y de la dinastía que había gobernado el imperio incaico antes de la llegada de los españoles. La relación familiar de Oñez de Loyola con los indígenas le llevó a practicar una política de atracción que pusiera fin al estado de crónico enfrentamiento.
La Guerra de Arauco, narrada por diferentes cronistas durante el período colonial, suele evocarse en Chile como una constante guerra a muerte, de trescientos años, entre españoles y mapuche. Sin embargo, la historiografía contemporánea distingue entre un primer siglo de intenso conflicto bélico (1550-1656) y una etapa posterior en la que se hacen más esporádicos los enfrentamientos, predominando las relaciones fronterizas entre el mundo mapuche y los hispano-criollos, las que a la par de incidir en un fuerte proceso de transculturación de los primeros, los transformaron en una de las etnias más poderosas y celosamente independientes de Sudamérica. La primera etapa de la guerra se inició con la conquista de los españoles hacia el sur del país. A pesar de las ventajas iniciales de los españoles, como el uso del caballo y de sus armas, los araucanos rápidamente las aprovecharon, sacando partido además, de su entorno natural, desarrollando así tácticas de combate propias. La avanzada de la hueste, las ciudades fundadas y las fortalezas al sur del Bío-Bío sufrieron continuos ataques por grupos indígenas distintos. De tal modo, las primeras ciudades del sur pasaron a ser fortalezas militares mal abastecidas, constantemente sitiadas y destruidas por los indígenas. Esta situación llegó a su punto más alto tras la batalla de Curalaba (1598), donde el gobernador Martín García Oñez de Loyola fue decapitado y los españoles se vieron obligados a replegarse más arriba del Bío-Bío, abandonando las ciudades fundadas en el sur. Por su parte el ejército español distó de ser profesional y fue descrito por el gobernador Alonso de Ribera en términos lamentables, dada su precariedad material y moral. Éste estuvo compuesto por los encomenderos de Santiago y Concepción quienes debieron costear sus propias armas y pertrechos junto a un gran número de indios de encomienda. Estas tropas realizaron incursiones cada verano para realizar las llamadas campeadas, la destrucción de las sementeras indígenas y toma de prisioneros de guerra como esclavos, lo cual explica, en gran parte, el odio que los araucanos sentían hacia el invasor español. Los distintos gobernadores españoles ensayaron diferentes estrategias para hacer frente a la guerra; sin embargo, todas ellas tienen en común la idea de una frontera con lo cual se solucionó el problema inicial de la sobre extensión del dominio español. Una de las reformas más importantes fue la impulsada por el gobernador Alonso de Ribera, quien suplicó al rey Felipe III la creación de un Real Situado, para pagarle un sueldo a los soldados y así crear un ejército profesional. Finalmente, en 1603, se autorizó este Socorro de Arauco desde las arcas del Virreinato del Perú, el cual tuvo un impacto económico en el comercio realizado en la misma frontera entre indígenas y españoles. Otra estrategia fue la Guerra Defensiva planteada por el Padre Luis de Valdivia en 1612, que consistió en detener las incursiones españolas y la esclavitud indígena para así convertir a la fe a los araucanos. Sin embargo, al cabo de 10 años fue considerada un fracaso y se volvió a la idea de una frontera móvil. Pero para este período (1623 hasta 1656) la intensidad de los combates disminuyó produciéndose una situación mucho más compleja en relaciones fronterizas donde el comercio y otro tipo de interacciones fueron más importantes que la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario