lunes, 1 de octubre de 2007

LOS HABITANTES: VIDA, CULTURA Y RELIGION


La ociosidad y la monotonía formaban el fondo de la vida colonial. Las siestas y las distribuciones religiosas de la mañana y tarde ocupaban gran parte del día. A las nueve en invierno y a las diez en verano, la campana de la queda terminaba las visitas en los estrados, las puertas se cerraban, y las calles quedaban desiertas y oscuras. Los viajes eran dificultosos y raros. Las noticias de afuera no llegaban sino muy de tarde en tarde, por falta de correos; y, como no había grandes negocios, ni bancos, ni diarios, ni política, el tema de las conversaciones no salía de la cónica casera.Las trabas de la exportación hacía que los alimentos de primera necesidad fuesen abundantes y baratos. Aunque su precio había subido en los últimos tiempos, una fanega de trigo se vendía en un peso, y en cuatro o cinco una vaca. El servicio de una criada no valía más de dos pesos mensuales.Por el contrario, los artículos de precedencia europea eran escasos y caros; pero, en cambio, ni siquiera se conocían muchos de los objetos que las comodidades o el lujo exigen ahora como indispensables.


Contadas familias tenían calesas o carruajes; para los paseos, bastaba la carreta. Solo a fines del siglo pasado llegaron algunos pianos o claves: la guitarra los reemplazaba. Los más elegantes salones se alumbraban con velas de sebo, encendidas con un tizón o con pajuelas, a falta de fósforos. Solamente los ricos tenían alfombra en lugar de estera, y algún pequeño espejo colgado en la pared blanqueada de cal.
La visión religiosa del pueblo mapuche se basaba en la existencia de un mundo poblado de espíritus y dioses. Sin embargo, este politeísmo se resumía bajo la existencia de un ser todopoderoso, creador de todas las especies vivas, llamado Pillán o Neguechén, quien habitaba en las alturas celestiales y tenía la facultad de conceder la vida y la muerte. A esta deidad se asociaban manifestaciones de la naturaleza, como los truenos, el fuego, las erupciones volcánicas y los sismos.
Asimismo, practicaban el culto a los tótemes, entre los que se puede mencionar el cielo (huenu), el sol (antü), el mar (lavquen), el río (lenfu), la piedra (cura) y el agua (co). Cada tribu invocaba a su totem respectivo, cuyo nombre era utilizado en los apellidos y del cual descendía de acuerdo a la alianza entre el Pillán y el tótem.
Cuando fallecía un mapuche, su cadáver era ahumado, para conservarlo y velarlo durante varios días. El pesar provocado por la muerte era demostrado con gran dolor, y cuando el nombre del difunto ya no era pronunciado, se lo enterraba vestido con sus mejores ropas y provisto de alimentos, chicha, adornos y armas. Luego de cubrir el cuerpo con tierra, los familiares consultaban al adivino o dunguve, para identificar quién era el responsable de la muerte y así cobrar venganza. Si no eran compensados satisfactoriamente, atacaban al presunto culpable con el fin de matarlo.

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